
“Un gato siempre cae con las cuatro patas”, decían los antiguos, no sé si sea absolutamente cierto, pero desde cuando tengo a mi Blanquita, mi gata, jamás la he visto caer de espaldas. En verdad es interesante esa habilidad felina de nunca quedar mal parado, y me lleva a reflexionar en torno a un concepto tan corrientemente usado como el de la “madurez”.
Diariamente solemos escuchar qué aquella persona es inmadura, qué aquella otra en cambio es muy madura; no sé si porque en mi caso personal ha habido personas que han opinado ambas cosas, pero a mí me parece un concepto altamente conflictivo.
Cuando me han llamado maduro me he sentido reconfortado, y en cambio cuando he sido calificado de inmadurado ha surgido en mí un cierto desazón. No cabe duda que todos hemos experimentado algo parecido, al punto de resultarnos odiosa la mismísima palabra “madurez”.
Puede ser que en muchos casos el término “madurez” más que ser una realidad, sea tan sólo un modo indirecto e hipócrita de predicar una moral, de indicar cómo deben hacerse las cosas y cómo no. Y porque no pensar que detrás de ello se esconda una voluntad ajena de manipulación. Creo que la “madurez” entendida de esta manera sirva más a esconder nuestras propias inseguridades y nuestra incapacidad para readaptarnos.
Pero alejando de nosotros ese uso tan inapropiado del término “madurez”, intentemos reflexionar un poco sobre su sentido y significado. No aspiro realizar un análisis exhaustivo del problema, sólo pretendo señalar que “madurez” parece indicar la capacidad para realizar eficientemente cierto conjunto de tareas, que la sociedad nos asigna a cada uno, y que por otra parte las asumimos con absoluta libertad y gusto. Es decir cada vez que nos dicen inmaduro, significaría que no realizamos adecuadamente esa tarea, o que no lo hacemos libremente y con gusto; lo contrario se dirá cuando realizamos bien una tarea, en ese caso seremos calificados como maduros. Debo subrayar estas características:
- Realización eficiente de tareas
- Libre aceptación de esa tarea o deber
- Gusto y placer en la realización
Sin embargo bajo esta definición estaríamos maduros en algunos casos y en otros no, en algunos momentos y en otros no, es decir no podríamos hablar de una “madurez” como característica fundamental de esa persona.
Para continuar con esta reflexión quisiera volver al ejemplo de los gatos, y destacar el concepto “caer”, afirmando que nadie está exento de la desgracia, de la frustración, ni del fracaso; caídas en general. No importante cuan preparados seamos, la posibilidad de error está a la vuelta de la esquina, y justamente la madurez no un “ser apto”, sino un “poder readaptarse”, un “poder reinventarse o recrearse”, eso justamente veo en los felinos, es decir “caer en cuatro patas y seguir el camino”.
Muchos de nosotros no nos hemos preparado para equivocarnos, no nos han educado para errar, sino siempre para acertar, y por eso que vemos la “madurez” como un ideal de perfección, cuando en realidad deberíamos verla como un “ideal de rectificación”, como esa capacidad de reiniciar.
Frecuentemente ese “reinventarse” se juzga como inmadurez, paradójicamente, porque se cree que esa persona no tenga principios y sea talmente voluble como para cambiar de opinión, en todo caso la “madurez” es el punto intermedio entre el voluble y el terco, lo que hace que la “madurez” sea más que un concepto objetivo y tangible, más bien un concepto prudencial, lo cual nos remonta a los orígenes aristotélicos de la ética, donde el concepto fundamental era la prudencia (dianoia) o también razón práctica, según Kant. Este artículo abre un filón de discusión entre las bases conceptuales de la psicología y la ética que subyace irremediablemente dentro de ella, algo que profundizaremos en otra ocasión.
Diariamente solemos escuchar qué aquella persona es inmadura, qué aquella otra en cambio es muy madura; no sé si porque en mi caso personal ha habido personas que han opinado ambas cosas, pero a mí me parece un concepto altamente conflictivo.
Cuando me han llamado maduro me he sentido reconfortado, y en cambio cuando he sido calificado de inmadurado ha surgido en mí un cierto desazón. No cabe duda que todos hemos experimentado algo parecido, al punto de resultarnos odiosa la mismísima palabra “madurez”.
Puede ser que en muchos casos el término “madurez” más que ser una realidad, sea tan sólo un modo indirecto e hipócrita de predicar una moral, de indicar cómo deben hacerse las cosas y cómo no. Y porque no pensar que detrás de ello se esconda una voluntad ajena de manipulación. Creo que la “madurez” entendida de esta manera sirva más a esconder nuestras propias inseguridades y nuestra incapacidad para readaptarnos.
Pero alejando de nosotros ese uso tan inapropiado del término “madurez”, intentemos reflexionar un poco sobre su sentido y significado. No aspiro realizar un análisis exhaustivo del problema, sólo pretendo señalar que “madurez” parece indicar la capacidad para realizar eficientemente cierto conjunto de tareas, que la sociedad nos asigna a cada uno, y que por otra parte las asumimos con absoluta libertad y gusto. Es decir cada vez que nos dicen inmaduro, significaría que no realizamos adecuadamente esa tarea, o que no lo hacemos libremente y con gusto; lo contrario se dirá cuando realizamos bien una tarea, en ese caso seremos calificados como maduros. Debo subrayar estas características:
- Realización eficiente de tareas
- Libre aceptación de esa tarea o deber
- Gusto y placer en la realización
Sin embargo bajo esta definición estaríamos maduros en algunos casos y en otros no, en algunos momentos y en otros no, es decir no podríamos hablar de una “madurez” como característica fundamental de esa persona.
Para continuar con esta reflexión quisiera volver al ejemplo de los gatos, y destacar el concepto “caer”, afirmando que nadie está exento de la desgracia, de la frustración, ni del fracaso; caídas en general. No importante cuan preparados seamos, la posibilidad de error está a la vuelta de la esquina, y justamente la madurez no un “ser apto”, sino un “poder readaptarse”, un “poder reinventarse o recrearse”, eso justamente veo en los felinos, es decir “caer en cuatro patas y seguir el camino”.
Muchos de nosotros no nos hemos preparado para equivocarnos, no nos han educado para errar, sino siempre para acertar, y por eso que vemos la “madurez” como un ideal de perfección, cuando en realidad deberíamos verla como un “ideal de rectificación”, como esa capacidad de reiniciar.
Frecuentemente ese “reinventarse” se juzga como inmadurez, paradójicamente, porque se cree que esa persona no tenga principios y sea talmente voluble como para cambiar de opinión, en todo caso la “madurez” es el punto intermedio entre el voluble y el terco, lo que hace que la “madurez” sea más que un concepto objetivo y tangible, más bien un concepto prudencial, lo cual nos remonta a los orígenes aristotélicos de la ética, donde el concepto fundamental era la prudencia (dianoia) o también razón práctica, según Kant. Este artículo abre un filón de discusión entre las bases conceptuales de la psicología y la ética que subyace irremediablemente dentro de ella, algo que profundizaremos en otra ocasión.
(gracias amio interesante apreciacion de las cosas ....hay mucho de cierto en todo eso
por todo aveces kiero seer un gato yo tambien jee )
No hay comentarios:
Publicar un comentario